Greener Glass es una película del 2019 dirigida por Jocelyn DeBoer y Dawn Luebbe, dos directoras novel que se estrenan con esta película y que no se hacen un cameo, sino que directamente interpretan a las protagonistas.
Esta
película ganadora por la mejor fotografía y narrativa en el Atlanta Film
Festival cuenta la historia surrealista de Jill, una mujer que regala a su hijo
a su amiga y vecina. Sí, le regala su hijo.
La película
es pura bilis, una bilis cargada de color, puesta en escena bucólica y casas de
ensueño. La familia es maravillosa, las amistades también lo son... Pero ojo,
que en todo el diálogo no hay una mínima apariencia de que las cosas sean tal y
como se ven.
Existen
celos, que llevan a atrocidades pintadas de humor absurdo. Hay momentos
estúpidos, cargados de un mensaje totalmente trascendental. Jill regala a su
hija en una especie de necesidad de ser "solidaria". Es también
políticamente correcta, como todos sus vecinos, cuando en un cruce de stops
todos se dejan pasar el uno al otro y se crea atasco. Sin embargo, todos los
personajes aparentemente políticamente correctos están también estereotipados y
ocultan un trasfondo interior que no se nos muestra en el diálogo.
El marido
de Jill es adicto al agua de la piscina, su hijo Julien es muy revoltoso y no
cumple con los estándares para el bienquedismo de la comunidad en la que Jill
vive. Su amiga Lisa, la que se queda con su hijo, es una aparente buena persona
cargada de un narcisismo extremo que esconde una profunda insatisfacción hacia
la vida y una envidia implícita a la vida de Jill, a la que poco a poco va
arrebatándole todo.
Jill se ve
sobrecargada, situación tras situación, cada vez más surrealista y
paradójica...si solo se quitase los brackets, Jill podría tenerlo todo. Pero su
autoestima, su necesidad de respetar para que los demás la vean bien y la sigan
aceptando es el arma de doble filo que el resto de sus allegado sutilizan para
torturarla psicológicamente.
Jill pierde
a su hija, que regala a Lisa y después a su hijo Julien, que se convierte de
repente en un perro. Este detonante no deja de ser un símil a la necesidad de
tratar a un niño como un logro/objetivo de alabanza social. Buscamos un niño
dócil y los revoltosos no nos gustan, todo por el bienquedismo y con una
posible alegoría al suicidio o desaparición de Julien y la sustitución de este
por un perro para llenar el vacío y el conflicto interno. Lo cierto es que lo
que ocurre con Julien no lo sabremos hasta el final y por el momento, este blog
no se dedica al spoiler.
Lo que si
podemos avecinar es que el montaje y la realización de esta historia es pura
narrativa. No hay linealidad de sucesos. Las cosas ocurren como en una especie
de sueño que nos lleva a aceptar las extrañezas que aparecen en pantalla. Por
ejemplo, gracias a este montaje narrativo y esta historia de género absurdo,
asumimos de buen grado que todos crean que la pelota que sostiene Lisa se trata
de un bebé. Así funciona la comedia absurda y así lo asumimos como
espectadores, sin dejar de pensar en lo que este elemento significa.
Toda la
historia está contada en luz y color, pero detrás de cada elemento y situación
hay una gran bilis que poco a poco se va haciendo más latente. Existe también
un macguffin hitchcockiano todo el rato: el aparato dental. Y es que todos los
personajes llevan brackets.
Existen mil
y un referencias cinematográficas pero los brackets son el elemento invisible
detonante de todo. Es la alegoría a la represión de pensamientos y al
mantenerse políticamente correcto aún si todo en la vida de Jill es totalmente
surrealista y el mismo mundo le está diciendo "enfréntate, encáralo."
Jill se reprime hasta la locura y para cuándo el macguffin llega a desvelarse
ya es demasiado tarde.
La historia
de Jill es una historia de mujer reprimida, en un mundo completamente abusivo,
mentiroso, de falsas apariencias, de bienquedismo e hipócrita que nuestras dos
directoras han recargado con un vestuario y escenografía sobrio y elegante;
aunque también rígido y muy surrealista, casi diría que naif.
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